(Palabras de Augusto Casola en la presentación del poemario
de María Eugenia Garay “MIENTRAS BRILLE LA LUNA” el 14 dic.2010)
El poeta es su obra y hay que buscarlo en
ella. Ni su vida pública ni su vida privada, ni su cuerpo material, ni su
personalidad, esa máscara de apariencias que exhibe para ser considerada por
los demás, es el poeta. Puede ser una gran autoridad o un oscuro empleado, un
soberbio señor o un humilde pueblerino, una gran dama o una simple mujer que
lucha por ganarse el pan, meros accidentes carentes de importancia porque a
diferencia de la prosa, que en cuanto a calidad ofrece una amplia gama de
grises entre sus extremos blanco y negro, en poesía solamente existen poemas
buenos o poemas malos y se distinguen los unos de los otros a simple visa, sin
necesidad de recurrir a la erudición del análisis minucioso de la métrica y su
juego de combinaciones numéricas.
Y si el conocimiento de la retórica es
imperativo categórico para sustentar la resolución más o menos exquisita de un
poema, tampoco la fría aplicación de la preceptiva es capaz de traducirse en
obra de arte, si no va acompañada de la emoción que le confiere vida y le
transmite ese vigor sutil del que carecen las cosas muertas a que conduce, a
veces, el afán de perfección formal y logran tan sólo la aniquilación de un
poema, preso en la forma de una belleza fría y marmórea, incapaz de encender
las fibras del alma o despertar, en el lector, la emoción de un dolor o una
alegría, la quimera del ensueño o la crudeza de una realidad pulsante y
desgarradora.
Si la tristeza posee gradaciones, la
melancolía, con su reverbero de recuerdos es, probablemente, la que en fugaz
centelleo ofrece la posibilidad de un regusto agridulce que escuece el alma sin
lastimarla ni hacerla sangrar y le permite arrebujarse en “los amplios corredores
donde anidaba el viento (...)”y en la profunda gruta de mis raíces, /la casa
con sus blancas balaustradas” (1).
En una dimensión fantástica, la inspiración
puede crear la impresión de un connubio entre las almas que frecuentan esos
andurriales de la poesía y se alimentan de la misma fuente a la que llegan por
caminos tan dispares que el encuentro parecería hasta absurdo, dentro del
esquema racional, pero si nos atrevemos a cruzar esos senderos ocultos e
iniciáticos que el esoterismo denomina niveles de conciencia, la realidad de la
razón se esfumina y queda el universo poético donde no reina la ley de la
gravedad.
“Yo canto cuanto siento(...)/(...)cuando la
espina del tormento/crece como una lanza de cemento,/ y hace del pensamiento
golondrina” (2)
Estos versos, escritos por Luis María Martínez
hace casi 50 años, pueden ser parangonados con el espíritu que estalla en los
poemas de María Eugenia Garay y cuadran como marco introductorio al poemario
que la autora nos entrega hoy.
En “Mientras brille la luna”, la melancolía
crece con la espina punzante que atormenta hasta convertir a los pensamientos
en golondrinas que hurgan los pasados días de la niñez en busca, si no de una
explicación, al menos el justificativo de este transitar que por instantes nos
separa más de esa ensoñación sorda de la infancia y con lanza de cemento, antes
que invitar, nos obliga a recorrer esos caminos casi olvidados, desde el
desolado desierto de la madurez, ya que sólo cuando nos encontramos dentro de
ella podemos afirmar: “colecciono esperanzas desgastadas/para poder mentirme de
que existe un cielo” (3), que se transforma de golpe en inquietud casi erótica
al exclamar:
“Tengo unas ansias locas de perder
mi cuerpo en el abrazo de otro cuerpo.
Llegar hasta tus bordes turbulentos
tantear la oscura aldaba del olvido
y hurtándole el hastío a la distancia
sumergirme de vuelta en tu destino” (4)
Pero esas ansias locas, ese fuego, no van
dirigidos al objeto de una pasión carnal sino a
la vieja casona de los abuelos a la que se
entrega sin retaceos, al percibir cómo ante ella
“Se abre como un racimo de cristal el tiempo
y al final de la senda se esfumina la ausencia
vuelvo a escuchar: entonces el familiar ladrido
de mi perro
estalla en los suburbios del olvido(...)” (5)
María Eugenia Garay divide el poemario en
siete partes, de las cuales las 3 primeras dedica a rememorar la casa donde
transcurrieron días de su infancia y su primera adolescencia cuando era “(...)
La niña que habitaba/entre flores de coco los eneros” (6), o vuelve “a ser la adolescente de las mágicas siestas,
(...) en un día de setiembre que se varó en el tiempo” (7)
Camina sonámbula cuando quiere “desde la
agreste hondura del recuerdo/regresar a la casa tan amada/(...)después de hacer
añicos vaticinios/hallar por fin, ese jaguar celeste/que desde hace tanto
tiempo/se infiltra en nebulosas madrugadas” (8)
Y aquí me detuve al recordar aquel poema del
poeta finlandés Elmer Diktonius “El jaguar” donde expresa lo que generalmente
los poetas dicen sin decir, tan bien expuesto por él, cuando exclama: “Morder
es una obligación mientras el mordisco da vida/rasgar es un deber sagrado
mientras hieda lo podrido (...)/Así somos los dos, mi poema y yo: una
zarpa./Somos una voluntad los dos, unas fauces, un diente/ (...)una máquina que
golpea” (9)
El grupo 4 “De mi boca a tus besos” pareciera
ser un intermezzo colorido en que la pluma de la autora se trasforma en pincel
y pinta con el recurso de los colores del impresionismo de Manet, Gauguin, Van
Gogh o Renoir, que ya no abandona y
donde inicia también una etapa de descreimiento y desencanto que linda con el
nihilismo:
“Nos hicieron confiar en los Oráculos,
cuyo lenguaje místico, jamás reconocimos.
Y si por obra de un ensalmo mágico ganábamos
de pronto la partida
nuestro premio sería, llegar a trascender
la condición humana, y vencer a la muerte
en contra de certeros vaticinios” (10)
Este nihilismo, ese desencanto, ya no se
apartan de los poemas restantes de la poetisa; al contrario, crece la fuerza
sin condescendencia del desencanto y concentra su pensamiento en el destino
natural al que está condenada cualquier especie y si dudar, alza la voz para
aniquilar las quimeras de una fe falaz, inventada para engatusar incautos y
expone su absurdo al desnudar el resultado de la oferta: “y al ganarle a los
dioses la partida,/en vez de retornar de vuelta al polvo/ a ser ceniza en la
herrumbrada niebla,/vivir eternamente, allá en lo ingrávido/de un cielo
falsamente prometido” (11)
Ya entre los últimos poemas, “Regreso a
Itaca”, la autora expresa cierta
condescendencia hacia el pasado –que de cualquier manera es irreversible, pero
con la madurez de los ojos que tras verlo todo, es capaz de comprender y
perdonar y, más que nada, perdonarse
tras el largo y tormentoso viaje de ida y vuelta en la búsqueda inútil del
tiempo perdido, convertido en reflexión hacia la vida, la cual a pesar de los
engaños y desengaños, pareciera una aventura que valió la pena ser vivida. María
Eugenia Garay lo manifiesta en estas palabras:
“Hoy regreso a la Isla que me existe por
dentro.
Vuelvo de la nostalgia, del amor, del desvelo.
En mi boca hay resabios de pasiones y besos.
Mi piel fue burilada por manos de alfareros.
En resoles de estío me consumió el deseo.
He amado, he sido amada por torrentes de
fuego.
Vuelvo de la aventura, de perseguir quimeras,
de robarme la luna y de encender luceros.
Vuelvo desde el dolor, desde las despedidas,
desde la larga ausencia, desde los altos
cerros.
Ya no traigo equipaje, porque nada atesoro
y sé que nada existe que no lo herrumbre el
tiempo.
Retorno al sitio exacto de donde una vez partí
sin saber que la vida
era tan solo el sueño engañoso de otro sueño.
Ahora, diviso la isla, la irreverente Itaca
de mitos y misterios, que se yergue
impertérrita
igual, igual que entonces, en la mitad
turquesa
y profunda, del océano.”
Este es un poemario de reminiscencias y sus
raíces están asentadas en el caserón que nos cobija y sirve de escenario a la
presentación de la obra “Mientras brille la luna”, de la poetisa María Eugenia
Garay, que amablemente me solicitó dijera unas palabras con relación a ésta su última
creación.
Notas al pié:
1 Calles empedradas
2 Martínez, Luís
María: Arder, es la palabra. Editorial De Luxe, Asunción 1966.
3 Esquivo muro
4 Sed extraña
5 Racimo de cristal
6 Abolición del tiempo
7 Algo de setiembre
8 Jaguar celeste
9 Diktonius Elmer
“Crea, creador, Biblioteca Golpe de Dados, Traducción de Francisco J. Uriz,
Zaragoza 2003.
10 Cenizas
11 Condición humana
Obs: El poemario fue
presentado en el Museo de Arte Sacro, antigua casona a la que se hace
referencia en éste libro y, que perteneciera a los abuelos maternos de María
Eugenia.
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