domingo, 4 de noviembre de 2012

Inscripciones abiertas para el Taller literario "Cuentos de miedo"


El curso será dirigido por el poeta y narrador, Augusto Casola, en modalidad b-learning (a distancia con recursos de Internet y en reuniones plenarias para socializar y compartir las obras realizadas)

Contactos al (0961) 611-242
E-mailaugusto.casola@gmail.com

Fotos de la presentación del libro "Recuerdos de la plaza uruguaya"

El día 2 de noviembre, se realizó la presentación del nuevo libro de Agusto Casola, "Recuerdos de la plaza uruguaya". Muchas gracias a los amigos y estudiantes que participaron del evento. Presentamos algunas fotos tomadas por Sofía Alvarenga.





jueves, 1 de noviembre de 2012

"Recuerdos de la Plaza Uruguaya" de Augusto Casola

Una plaza, en cambio, es algo que tiene solidez y permanencia. Es un pedazo  cuadrado de tierra que existió siempre, aún antes de ser lo que el afán de perfección urbanística la transformara. Tiene algo de la perennidad  que nos falta a los humanos, mucho de la humildad que nos es desconocida y demasiado de la sabiduría que por lo general se nos escapa entre los dedos de la mano cuando queremos retenerla, porque somos indignos de señorearnos en ella.

Clic sobre la imagen para ampliarla.
Una plaza es tiempo retenido en sus límites, el archivo de vivencias que acompañan a una ciudad en su desarrollo y el registro de los habitantes que de una u otra forma, están sometidos a la atracción irresistible de su cualidad de sintetizar las horas críticas o sombrías de su existencia, como aquellas felices y orgullosas de su devenir.
De niños, la plaza nos atrae con su magnetismo secreto, con el carisma incomprensible que a nuestros pocos años se puede revestir a cualquier cosa. A esa edad (grata a los recuerdos si fueron felices, melancólicos en su oquedad de reminiscencias dolorosas, si no lo fueron), una plaza puede adoptar diversas personalidades, despertar emociones dispare y obsequiar múltiples experiencias, como un confesor comprensivo , consolador mudo de las heridas reales o imaginarias que lastiman con crueldad los pechos ingenuos y sin malicia que buscan refugio en sus bancos, donde pueden encontrarse y dialogar consigo mismos, sin ser interrumpidos ni molestados por gente extraña a las emociones que los embarga en pleamares que van y vuelven sin compasión.
Cuando de adolecentes volvemos a ella, lo hacemos con mayor conciencia y acuciados por hallar un sitio a la vez público y privado, donde la impersonalidad propia de la plaza construya la intimidad necesaria a los interrogantes que conforman los imperativos categóricos de la edad: el despertar del amor, la inquietud hija de nuestra incomprensión, la búsqueda siempre renovada de nosotros mismos. Todo se enmarca en el silencio sus paseos, la belleza de un atardecer después de la lluvia vespertina, la  banda de música que con la retreta  rompe el tedio de una tarde cualquiera y constituyen la respuesta a esas ingenuas inquietudes que con la edad se van integran al trajinar de vivencias que luego,  habremos de recordar con nostalgia, cuando ya adultos, confusos y apresurados, nos descubrimos en ese ambiente cargado de las reminiscencias de nuestra niñez y nuestra juventud.
La plaza es un hito en la vida humana. Más que un simple espacio destinado a dejar que las horas se deslicen sosegadas, un punto principalísimo de nuestro accionar, una referencia en medio de la vorágine a que nos impulsa el diario vivir.
Y ¿quién es esta plaza? ¿Debo describirla como la veo ahora, como la conocí de niño, de adolescente, cuando caminaba rumbo a los estudios que desarrollaba en esos días, cuando a veces me sentaba en los bancos para disfrutar de un momento de soledad y dar paz a mis agotadores días de estar sobre la tierra buscando algún significado oculto que nunca se revelaba? En fin: ¿quién es la Plaza Uruguaya?
Una desconocida.